Poeta
Álvaro
Alves
de Faria

Canal do poeta

Crítica 9

lunes, 15 de junio de 2015
ÁLVARO ALVES DE FARIA

ÁLVARO ALVES DE FARIA

Álvaro Alves de Faria, poeta brasileiro de padres y corazón portugueses, nacido en São Paulo en 1942, es uno de los poetas brasileños más significativos de la Generación de los 60, pero, que en la actualidad, es reconocido como un poeta portugués, como él se define desde hace 20 años: “Soy un brasileiro extranjero en Brasil”. […] Mi poesía está en Portugal. Para mí, Brasil dejó de existir, hasta que nuevos aires soplen por estos paisajes destruidos por los mentirosos de siempre”.

Con una larga obra poética, teatral y novelística a sus espaldas, en él se puede señalar una clara línea divisoria de poesía brasileira y portuguesa. Desde hace 20 años, viaja a Portugal y publica en este país lo que él considera parte de su obra nacida de la tradición literaria de este país, influida no sólo por autores portugueses como Pessoa, Eça de Queirós,… sino por autores españoles como Cervantes.

Este libro pertenece a la que podemos señalar como corriente poética brasileña, arraigada en uno de los libros más duros y significativos de este autor Resíduos (nacido durante su sexto encarcelamiento en 1969) y sólo publicado en 1983 formando parte de un libro que se titulaba Motivos alheios (ambos libros han sido traducidos y publicados en Linteo en 2014).

Esta obra de la que ahora presento dos poemas cuya traducción es inédita, entroncan en forma y temática con las obras anteriormente citadas, presentando una poesía que podría caracterizar a la que nombro como Poesía brasileira de Alves: desgarrada, directa, cruel,…

Un poeta para quien la poesía es un arma que nos salva de nosotros mismos y del instinto de autodestrucción ante el hastío,  la soledad y la incomprensión de un mundo que se derrumba ante nuestros ojos y en el que ya no se puede creer.

Montserrat Villar

37 ANOS

 Devia ter-me matado aos 37 anos.

 

De lá para cá pouca coisa aconteceu

que mereça ser lembrada.

 

Tirei algumas fotografias,

fiz algumas viagens imaginárias,

amei mulheres tristes

e comprei dois relógios antigos.

 

Fiz mal

em não ter-me matado aos 37 anos.

 

De lá para cá

as coisas se repetiram

com a frequência de sempre.

 

Tive dois punhais

e uma espada japonesa.

 

Devia ter-me matado aos 37 anos.

 

De lá para cá só aconteceram

ausências e distâncias,

como um vaso que se quebra,

uma jarra de reminiscências

que não sei recordar.

 

Escrevi alguns poemas

que depois esqueci em algum lugar.

 

Devia mesmo ter-me matado aos 37 anos,

ao abrir a janela

para a que seria minha última manhã.

 

Talvez um tiro no coração,

para não ferir o rosto.

 

Talvez uma xícara de veneno

que me fizesse adormecer.

 

Fiz muito mal a mim mesmo

em não matar-me aos 37 anos.

 

Não veria as coisas inúteis que vi

nem teria rezado tanto para salvar minha alma.

Dela, nada sei

e ela nada sabe de mim.

 

Também não teria inventado

tantas histórias para viver

esse tempo que afinal

passou sem que eu percebesse.

 

Não teria sangrado tanto

se tivesse me matado aos 37 anos.

 

Peço desculpas aos amigos

e aos três anjos que hoje vivem comigo

e comigo falam em silêncio

no meio das noites e dos temporais.

 

Devia ter-me matado aos 37 anos.

 

De lá para cá

foram anos que não contei,

só andei perdido de mim

como se não existisse mais.

 

 O TAPA NA CARA

 O que ainda dói

é o tapa na cara

e o cuspe vermelho

saindo do canto da boca.

 

O que ainda dói é o escárnio

e ser obrigado

a se ajoelhar

com um fio encostado na cabeça.

 

O que ainda dói

é ter de concordar com tudo,

com um alicate junto às unhas das mãos.

 

O que ainda dói

é o copo de água negado,

enquanto o corpo treme de febre:

o que dói ainda é o chão

de pedra úmida

que feria as costas

e abria mais as feridas do grito.

 

Mas o que mais dói ainda

é o tapa na cara:

o cuspe vermelho

os dentes vermelhos

o sangue vermelho

no lábio cortado.

37 AÑOS

 Debí haberme matado a los 37 años.

 

Desde allí hasta aquí poco sucedió

que merezca ser recordado

 

Hice algunas fotografías,

hice algunos viajes imaginarios,

amé a mujeres tristes

y compré dos relojes antiguos.

 

Hice mal

en no haberme matado a los 37 años.

 

Desde allí hasta aquí

las cosas se repitieron

con la frecuencia de siempre.

 

Tuve dos puñales

y una espada japonesa.

 

Debí haberme matado a los 37 años.

 

Desde allí hasta aquí solo sucedieron

ausencias y distancias,

como un vaso que se rompe,

una jarra de reminiscencias

que no sé recordar.

 

Escribí algunos poemas

que después olvidé en algún lugar.

 

Debí, realmente,  haberme matado a los 37 años,

al abrir la ventana

a la que sería mi última mañana.

 

Quizás un tiro en el corazón,

para no desfigurar la cara.

 

Tal vez una taza de veneno

que me hiciera dormir.

 

Me hice mucho daño a mí mismo

al no matarme a los 37 años.

 

No habría visto las cosas inútiles que he visto

ni habría rezado tanto para salvar mi alma.

De ella, nada sé

y ella nada sabe de mí.

 

Tampoco habría inventado

tantas historias para vivir

ese tiempo que, al final,

pasó sin que yo me percatase.

 

No habría sangrado tanto

si me hubiera matado a los 37 años.

 

Les pido disculpas a los amigos

y a los tres ángeles que hoy viven conmigo

e conmigo hablan en silencio

durante las noches y los temporales.

 

Debí haberme matado a los 37 años.

 

Desde allí hasta aquí

han sido años que no he contado,

sólo he estado perdido de mí mismo

como si ya no existiera.

 

EL PUÑETAZO EN LA CARA

Lo que todavía duele

es el puñetazo en la cara

y la saliva roja

saliendo del borde de la boca.

 

Lo que todavía duele es la humillación

y ser obligado

a arrodillarse

con un cable en la cabeza.

 

Lo que todavía duele

es haber aceptado todo,

con un alicate en las uñas de las manos.

 

Lo que todavía duele

es el vaso de agua negado,

mientras el cuerpo tiembla de fiebre:

lo que todavía duela es el suelo

de piedra húmeda

que hería la espalda

y abría más las heridas del grito.

 

Pero lo que duele más, todavía,

es el puñetazo en la cara:

la saliva roja

los dientes rojos

la sangre roja

 

en el labio cortado.

*Traducción de Montserrat Villar
del poemario O uso do punhal.

O uso do punhal fue publicado en 2013 por Escrituras, São Paulo.
Estos son los dos primeros poemas que abren dicho libro.

Montserrat Villar González, Licenciada en Filología Hispánica y Filología Portuguesa, es profesora, poeta y traductora. Presidenta de la A.C. PentaDrama. Colaboradora en diferentes medios de información. Sus poemas aparecen en diferentes antologías, publicaciones conjuntas, revistas literarias y blogs.

Ha publicado: Tríptico de mármol (Ed. Huerga y Fierro, 2010), Prologado por Luis Eduardo Aute. Ternura incandescente (Ed. Huerga y Fierro, 2012). Tierra con nosotros  (Ed. Seleer, 2013; Premio poesía 2013). Desde la otra orilla, (Editorial Arte ediciones, Valladolid 2014) (Libro de autor con 10 imágenes de 5 fotógrafos). Bitácora de ausencias (Editorial Amargord, 2015).

Obras conjuntas y antologías en las que aparecen sus poemas: A Pablo Guerrero en este ahora (Ed. el Páramo), Patxi Andión, con toda la palabra por delante (Ed. Huerga y Fierro), VII Cuaderno de profesores poetas (I.E.S. Giner de los Ríos, Segovia), Campamento dignidad. Poemas para la conciencia (Editorial Baladre, 2013); Encuentros y Palabras (Luso-Española de ediciones, Salamanca, 2013).; Encontrados, libro fotográfico y poético, con fotografías de Andrés Arroyo (Coordinadora de textos, Montse Villar); Esferografías (Antología gallega del grupo Bilbao, Lastura, 2014), Tiempo visible (fotografías de Eduardo Barbero, 2015); Poesía amiga y otros poemigas para Aute, (Neverland Ediciones, 2014), Palabras del inocente (XVII Encuentro de poetas Iberoamericanos); Voces del Extremo, poesía antidisturbios (Amargord, 2015); Amor se escribe sin sangre (Lastura, 2015)…

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